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Nocturnas





Otra noche en el club Nocturnas. Son las 19:30, las puertas recién abren, pero ya se respira en el ambiente el aroma a diversión, lujuria y desenfreno. Las luces rojas del club se encienden, iluminando vagamente el interior para dar paso a deseos carnales y prohibidos. A pesar de no tener clientes, apenas unos pocos minutos después de la apertura de puertas, las chicas se impacientan por su llegada. La piden con ansias. Encienden inciensos; otras prenden algo que llaman "palo santo" para atraer fortuna y buena suerte. Algunas se encomiendan a Dios, esperando que la noche sea buena y poder llevarse a casa una buena cantidad de dinero. Al final, ese es el objetivo: el dinero. Los trajes brillantes, las faldas cortas y el maquillaje excesivo atraen a los clientes que van entrando a medida que avanza la noche. Se respira un ambiente de falsa felicidad. Aquí no es el hombre quien se acerca a la chica, sino todo lo contrario.

Con un par de cervezas en la mano derecha y una copa en la izquierda, con el vuelto, Ámbar se dirige a una de las mesas situadas en uno de los rincones, donde convergen los amplios y cómodos sillones rojos. Con un andar firme y sensual, sabe que es su momento. La entrega de los tragos es cuando los clientes observan de pies a cabeza a las chicas. Aprovecha sus tacones para atravesar la pista con gracia, siempre con una sonrisa en el rostro. Debe mantener al menos a uno de ellos concentrado en ella y siendo muy inteligente, sabe que no podrá entretener a los dos. Por eso, les propone llamar a una amiga para que los acompañe. Lanza una mirada y una de sus compañeras se levanta. Mientras camina hacia ellos, Ámbar les pregunta:

—¿Les gusta la chica que viene?

—Se ve muy guapa —responde uno.

—Esperemos que sea tan simpática como tú —agrega el otro.

—Sí, claro, todas aquí somos simpáticas.

—Hola, ¿cómo están? ¿Me puedo sentar? —pregunta Karina.

—Sí, por supuesto que sí.

Conformadas las dos parejas, Karina se levanta enviada por el cliente para comprar un trago para ella. Esta es la dinámica de trabajo en el club: para estar con una de las chicas conversando, debes invitarla a beber un trago. Este es a elección de la chica, pues cualquiera que elija tiene el mismo valor. Se explica esto a los clientes nuevos que ingresan al lugar, para que todo fluya con rapidez y puedan divertirse apenas entran, sintiéndose a gusto. Esta es la principal forma de ganar dinero, mediante la comisión que se les da por la venta de cada vaso o copa.

Un nuevo cliente entra, viene solo. Después del recibimiento y los protocolos de entrada, similares a los que se aplican en cualquier discoteca o bar para adultos, se acerca una de las chicas, Estrella, y le pide un vaso de bebida. Ella, sonriente y coqueta, toma el dinero y se dirige a la ventanilla de pago para pedir la bebida gaseosa. El barman, sonriente, le dice:

—Empezaste con el pie derecho esta noche, Estrella.

Ella le devuelve la sonrisa y le cierra un ojo. En el club saben que, estadísticamente, la mayoría de los hombres que piden solo una gaseosa buscan algo más, algo prohibido que realmente se pasa por alto en el club. Claramente, este no es un prostíbulo, pero en las cabinas privadas de los bailes especiales, se hacen acuerdos extraoficiales entre las chicas y los clientes.

Con confianza y voz sensual, casi desnudando con la mirada, Estrella le entrega el vaso al cliente y le dice:

—¿Me invitarás una copa, cariño, para que nos conozcamos mejor?

El joven, casi por acto reflejo y sin pensarlo, responde:

—Sí, claro.

—¿Cómo te llamas?

—Carlos —responde él, lanzándole una pequeña sonrisa coqueta, como si se tratara de un encuentro casual en un bar cualquiera.

—¿Te vienes a divertir hoy, Carlos, o solo vienes por esa bebida? ¡Aunque no lo creo! —exclama rápidamente Estrella, dejándole entrever que podrían pasar más cosas.

—Esa es la idea, aunque no sé mucho cómo funciona el sistema acá. Es la primera vez que entro a un lugar así. ¿De qué se trata?

—Bueno, Carlos, podemos divertirnos de muchas formas, eso depende de ti. —Siempre con una mirada avasalladora, como una leona que estudia a su presa antes de atacar, poco a poco va penetrando en la curiosidad de él. Se da cuenta de que no tiene experiencia en esos lugares.

—¿Me invitas otra copa? —dice a su cliente, al paso de unos diez minutos.

—¡Claro!

Mientras observa disimuladamente su billetera, se da cuenta de que hay suficiente efectivo para pasar largos ratos con ella y así salvar la noche.


Escrito por:

Marcelo Padilla

Capítulo del libro "Nocturnas"




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