Atrapado por la red
La única luz que iluminaba aquella pequeña habitación centelleaba como un caleidoscopio. Provenía de la pantalla de un portátil, que al ser manipulado por su dueño, un individuo delgado y apuesto, deslizando rápidamente sus dedos por el teclado, hacía que la imagen variara repetidamente en intensidad luminosa. Parecía que se encontraba en medio de una sesión de chateo a través de un conocido programa con texto y video. La conversación fluía con vigor. El cuadrante superior izquierdo de la pantalla, correspondiente al de la imagen del receptor, lo ocupaba un sonriente rostro de mujer. Era el de una joven morena, de agraciadas facciones, dueña de unos ojos de mirada cautivadora, incapaz de disimular cierto brillo de picardía. La velocidad de los diálogos delataba el desarrollado grado de experiencia que habían adquirido ambos contertulios con la velocidad del tecleo, sin duda acostumbrados a este tipo de tareas. Era la magia de la Internet la que hacía posible que estos ciber amigos, como se les denomina, aunque encontrándose a gran distancia en el orbe uno del otro, se pudieran conectar, conocer y al mismo tiempo divertirse intercambiando opiniones y bromas. Esta modalidad es ahora de uso común y el chateo con imagen y audio ya no impresiona a nadie. Incluso ha sido reemplazado por video conferencias en tiempo real y es practicado de forma cotidiana y masiva, incluso, desde los teléfonos celulares. Pero en la época del relato, esta modalidad no estaba al alcance de cualquiera. La simpática morocha que aparecía en la pantalla estaba en Australia. Era una linda latina nacida en Costa Rica, pero radicada en el país oceánico desde hacía unos veinte años. El otro, de cuerpo presente, era el morador de una modesta vivienda ubicada al fondo de un callejón en un barrio periférico del gran Santiago, en Chile. Ella había escogido el pseudónimo, o nick, de "Guajirita", puesto que de esta manera lograba mantener alguna unión con Centroamérica y con los habitantes nativos de esas tierras donde había nacido. Le parecía que ese nombre le entregaba algún sentido de identidad con sus propias raíces. En cambio, el chileno se hacía llamar "Pipeño", aludiendo a nuestro vino joven y campesino, mosto turbio y sabrosón, gustador, pero traicionero, de consumo tan característico en nuestras fiestas tradicionales. La conversación entre los dos amigos cibernéticos iba evolucionando, más o menos, en el siguiente tenor:
Guajirita: Oye chilenito, acá estamos súper cansados de escuchar todos los días las mismas recriminaciones de cómo estamos contaminando y contribuyendo al calentamiento global. Cambiando el clima y todas esas vainas. Y resulta que los que contaminan peor se hacen los desentendidos y miran con descaro para otro lado ¿no crees que eso es vergonzoso, Pipeño?
Pipeño: Bueno, si te estás refiriendo a Tío Sam y Co., te comprendo. O a los chinitos, que están invadiéndonos por completo. Mira que ya todo lo que compras, aún de marcas, dice en alguna parte "made in China".
G: ¡Oye, sí que es verdad! Acá está pasando lo mismo, mira qué curioso, si creía que era solo por estos lados, ya que estamos más cerquita de ellos.
P: No chica. Pero volviendo a lo otro, te voy a decir que en este lugar, en este Chilito lindo, no nos da para tanto contaminar. Pienso que no podríamos sentirnos tan responsables de eso. Nuestro país es un territorio pequeño en comparación con el tuyo de ahora, y aún no hemos logrado abandonar, en propiedad, la ignominiosa clasificación de tercermundista, por lo tanto la cantidad de contaminantes que vamos tirando no parecería ser tan significativa. La capacidad empresarial chilena es todavía del tipo Liliput comparado con las de otras potencias. Pero nuestra población sí que es cochina y va dejando basuras por todas partes. La peor contaminación que sufrimos es la propia, lamentando darse cuenta que ha sido creada por los mismos compatriotas. Pero no debiéramos preocuparnos demasiado, sin embargo. Son otros los que debieran hacerlo. Mira que se estima que el petróleo se va a acabar por ahí por 2030 y se viene grande para los que viven especulando con eso. La energía vendrá de otras fuentes: sol, viento, geotermia… Varias automotrices aseguran que para la próxima década dejarán de fabricar motores a combustión, serán reemplazados por vehículos eléctricos. Ya los estamos viendo en calles y carreteras… Imagínate a los petroleros tirándose los pelos de ira. Fin de una época que nació con la Revolución Industrial y el motor de vapor movido por carbón y luego por petróleo. Funeral para la OPEP.
G: Sí, pero todo cuenta, a la larga. Con muchos granos de arena, aunque sean así de pequeñitos, se logra formar toda una playa. Y ya veremos si se concreta lo que me presagias.
P: Reconozco que tienes razón, y me gustó esa forma tan poética como lo dijiste. Acá comprobamos en Santiago, donde vivo, la misma realidad que en las grandes ciudades del mundo en los inviernos. Una calidad del aire que da miedo, vamos de emergencia ambiental en emergencia ambiental. Y restricción a la circulación de automóviles y transportes. Fuimos engañados con esa cuestión de los convertidores catalíticos ¿te acuerdas?, que no iban a contaminar y otras cuantas virtudes medias fuleras por el estilo. Después, la misma cosa no más, ya que hasta a los vehículos que fueron obligados a adquirir esos catalíticos se les restringe en los momentos de emergencia, que son varios en el año y aumentando su frecuencia. Y para colmo, cada vez llueve menos con el fenómeno de la niña, esa cabra poco meona que seca la tierra y no permite la limpieza del aire. Por supuesto que esa es otra consecuencia atribuida al calentamiento global. Lo mismo pasa en otras ciudades importantes del sur de Chile, provocada por la necesidad de calefacción empleando elementos que resulten, en apariencia, menos onerosos, como la leña. La ocupan también para cocinar, dada la abundancia de madera en esta parte del país, con profusión de bosques explotables. Aparte del humo, estas costumbres contribuyen a la deforestación, también algo lamentable.
G: Eres cómico. Te comprendo. Acá las principales ciudades tienen la fortuna de estar en la costa y el viento marino ayuda a descontaminarlas. Aunque sean tremendas ciudades, llenas de vehículos e industrias… y aquí quemar leña es considerado un atentado a la naturaleza. En cambio, hacemos grandes esfuerzos por forestar, sancionando al que corta árboles sin permisos de la autoridad competente, Australia tiene falencias en lo verde, sobre todo en su parte central, que es medio desértica. Casi todo es eléctrico o a gas, en especial en las viviendas.
P: Ahí tienes una muestra tangible de lo que significa el desarrollo, o mejor dicho, del subdesarrollo. Nosotros, país pobre comparado con ese tuyo, aún tenemos una gran población que cocina y se calienta con madera, transformándonos, a la larga, en un país aún más pobre, al menos desde el punto de vista medioambiental.
G: Claro, el bosque trae la lluvia y el desierto la ahuyenta. Eso explica, en gran parte, el clima de los trópicos. Y el agua será, chilenito amigo, el gran problema del futuro en el mundo. Aquellos países que tengan las mejores reservas de agua serán los que al final gobiernen a todos. No sería raro que las luchas del futuro se concentrasen en el control de la Antártica, donde está la mayor reserva de agua de todo el planeta. Aunque queda siempre la posibilidad de desalinizar el mar… Está buena la conversa, pero tengo que despedirme ahora, debo salir de compras. Esta noche tengo invitados a cenar y quiero agasajarlos con un buen vino, obvio que chileno, qué esperas. Acá hay buenos vinos australianos, pero no son lo mismo. Ustedes son afortunados con eso de los vinos, están en el top cinco, según lo que he leído. Que lo pases bien.
P: Gracias, acá son las tres de la mañana y debo trabajar temprano, así es que: “ciao, ciao, bambina”, como dijo Domenico Modugno. Y tómate un trago a mi salud, sobre todo si será con un buen vino chileno.
Escrito por:
Ciro Calderón Moncayo
Extracto de la novela Atrapado por la red
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