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Aguja Literaria

EL SUPLEMENTERO


―Tienes que conocerlo, mami, es una persona muy especial. Te va a encantar.


―¿Quién es?


―Ven, acompáñame a comprar el diario, ahí lo sabrás.


Así fue que conocí al dueño del quiosco, el ponderado Johnny, el venezolano, que detrás de su ventanita atiborrada de dulces, chocolates y revistas, me saludó con tremenda sonrisa que abrió de par en par su rostro morenazo. La viveza de su mirada me contagió a la primera. ¡Qué decir de su facilidad para entablar conversación! Su lengua no paraba de hablar.


―Mire ―dijo a modo de saludo―, ¿qué le parece la flor de noticia que trae la primera página de la prensa? ¡Revolución en mi país! Y viene la noticia fresquita, me toca muy de cerca. ¡¿Pero qué puedo hacer?! Y al lado, la espectacular mujer a todo color y con poquita ropa que hace estallar la portada, ¡más que la revolución! Tanta mujer preciosa y yo tan feo. ―Soltó todo esto sin dejar de sonreír y acercó el diario a mis ojos.


Su conversación tan animada hacía reír y suavizaba esa capa de indiferencia que tenemos en la calle con desconocidos o con las personas que encontramos al pasar; siempre andamos con cara seria, la boca apretada y el ceño tenso. Al poco rato de la divertida charla, deseé saber más de este personaje diferente y pintoresco. Soy curiosa y me gustan las historias de la gente.


Seguí comprando diarios y revistas ahí y cada vez ahondé más en las conversaciones. Así supe que era un tipo educado, en su país tuvo un buen pasar y otros negocios que fracasaron por la inestabilidad política y social que azota a las naciones de América Latina y en general en todo el mundo. Lo vemos cada día en las noticias, pero a juzgar por la expresión de sus ojos, como todo ser bien nacido, amaba la tierra de su infancia. Vi lágrimas brotar que trató de disimular.


―Disculpe, gracias a algunas personas buenas estoy aquí. Soy inmigrante y en Chile he encontrado buena acogida, los clientes son fieles y tengo amigos. La vida es dura lejos de la tierra, nosotros por naturaleza somos extrovertidos, pero he notado que la sonrisa desarma a los más serios y rápido surge la conversación. En general todos somos iguales, pasada la desconfianza inicial, tenemos las mismas necesidades. Usted me ve alegre y le contagio mi alegría, pero yo también tengo penas por mi familia. Mi mujer y mis dos hijos están lejos, dadas las circunstancias no podemos estar juntos hasta que los problemas se arreglen y puedan salir y reunirnos. Me da pudor confesar que soy un gran sentimental y en mis ratos de ocio leo mucho para espantar la tristeza, eso me conforta, me da fuerza. Chile es un país tan maravilloso, hay que venir de afuera para apreciar vuestra gente, vuestra manera de ser un poquito fría de entrada, pero por dentro son cálidos y amistosos. ¡Qué decir de los tremendos escritores y poetas que hay en Chile! Son extraordinarios, me saco el sombrero, me deleito con sus libros, y eso que conozco solo algunos. No sé cuál es mejor, si Neruda, el grande; Huidobro, el excelso o el gran Gonzalo Rojas con esa pasión que le brotaba por los poros y que dejó escrito con letras de oro lo que no sabemos decir. Ellos son una pequeña muestra del talento que hay en ustedes. Cada día doy gracias por haber elegido este país para vivir, son cheverísimos.


Me sentí halagada en nombre de todos los chilenos y descubrí que había conocido a una gran persona. Nuestra amistad recién comienza y presiento que guarda muchas sorpresas.


Escrito por:

Helena-Herrera-Riquelme


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