HOMBRES QUE LLORAN
Resuenan en los techos rumores de aguaceros.
En su cuarto, sombras sonrientes de júbilo.
Su vela en el candelero se golpea a sí misma,
los perros con su llanto, las sirenas, el jilguero.
En la mesa de noche los diez mandamientos,
Dios finge sentarse a la mesa de alerce.
Su vieja cometa raída en el desván
la pasta de dientes, Castro y Allende.
La máquina de afeitar, su confidente,
el teléfono, una nota de acordeón.
La mujer lo mira desde el espejo,
se arrodilla y le reza a Maradona.
El pobre no es pobre en sus bolsillos,
las muertes le pintaron el rostro.
Ese diablo con el diario del domingo…
Consciente del gentío, ausente de sí mismo.
Escrito por:
Constanza-Ríos