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Aguja Literaria

EL JUEGO DE KATHERINE


Mi pequeña hija Katherine siempre se entretenía sola en su cuarto de juegos, entre peluches, muñecas, castillos de princesa y sillas de plástico. Para ella nunca eran suficientes y, cada cierto tiempo, pedía más juguetes para su colección.

En la escuela destacaba constantemente por su desempeño y respondía de manera correcta a todo lo que el profesor le preguntaba en la clase, cosa que nos enorgullecía mucho a mi esposa Clara y a mí. A modo de recompensa por cada buena nota que adquiría, íbamos a la tienda comercial a satisfacerla con sus demandas; si no era un enorme peluche, era una muñeca de tamaño real, o un gran castillo. Ver su carita llena de alegría era motivo de felicidad para nosotros también y quizá la razón de que no viéramos el error que cometíamos como padres al darle a todo lo que pedía. De regreso de las compras, no quitaba la mirada del paquete que contenía su premio en ningún momento y al llegar a casa corría a abrir la caja, la depositaba en el basurero del patio y después se encerraba en su cuarto de juegos para hacer de las suyas.

En una ocasión, por la noche, mientras Katherine dormía, Clara y yo conversamos acerca de la gran imaginación que debía tener nuestra hija para entretenerse todo el tiempo sola y, luego de reflexionar sobre lo bien que podía hacerle compartir con otros niños, decidimos celebrar su cumpleaños número siete invitando a sus compañeros de clase. Para ello, entregaríamos las invitaciones en la próxima reunión de apoderados.

Por fin llegó el día, estábamos todos los padres del curso presentes y los niños jugaban en una sala contigua. Después de una agotadora charla de introducción sobre el plan de estudios y de lo que quedaba del año, el profesor jefe dictó los logros y notas de los alumnos; una vez más, Katherine resaltaba. Era inevitable no sentir el pecho hinchado de orgullo y satisfacción al escuchar esa placentera noticia, pues significaba que estábamos haciendo bien las cosas como padres aunque, sinceramente, era Katherine quien en realidad había nacido con esas dotes… Yo nunca estuve dentro de los cinco primeros alumnos de mi curso.

Cuando la reunión estuvo a punto de finalizar, mi esposa se levantó de esas pequeñas sillas, que, como adultos, nos hacían ver bastante cómicos. Entregó las invitaciones a los padres presentes y, cuando todos se retiraron, antes de que nosotros saliéramos también, el profesor nos pidió que nos quedásemos un momento con el motivo de querer comentarnos algo acerca de nuestra hija.

─¿Sucede algo malo con Katherine, profesor?

─No, malo exactamente no; yo diría fuera de lo común, y eso no siempre es malo…

─¿A qué se refiere? ─preguntó Clara.

─Como ya les he dicho, el rendimiento de su hija es sorprendente, ¡excelente!, pero hay un detalle en ella que me inquieta y que no es común en una niña de su edad, por lo menos, no en esta clase. Acompáñenme, por favor.

Fuimos inmediatamente a la sala en la que nos esperaban los niños y vimos allí a Katherine. Estaba sola, sentada en la última fila, casi escondida detrás del escritorio. Su rostro no transmitía ninguna emoción. Solo esperaba por nosotros.

─Es normal que una niña o niño de su edad juegue en las horas de recreo, pero desde hace un tiempo, Katherine se ha vuelto muy solitaria… Lo que trato de decir, es que le hace falta sociabilizar con otros niños. Pude percatarme de que estaban repartiendo unas invitaciones.

─Sí, son para su fiesta cumpleaños número siete.

─Esa podría ser una gran oportunidad para que vuelva a jugar con sus compañeros.

─Lo olvidaba: aquí está la suya, profesor ─dijo Clara, ofreciéndole una tarjeta.

─Muchas gracias por considerarme, pero no sería apropiado que asistiera. Me ven durante toda la semana y los agobio con tareas, no quiero ser el aguafiestas ese día ─respondió el docente.

─Entendemos, muchas gracias por informarnos sobre la situación de Katherine.

De regreso, no hablamos en todo el viaje. Miraba de reojo a Katherine por el espejo retrovisor, pero a pesar de lo que el profesor nos había mencionado, yo no encontraba nada raro en ella, de todas maneras, no podría verla diferente; ¡Se veía tan normal y contenta...! Al llegar, decidimos ver una película los tres. De tanto en tanto, le hacíamos preguntas acerca de sus compañeros y para nuestra sorpresa, ella parecía conocer la personalidad de todos ellos, pero no pensé que el profesor estuviera equivocado. Al fin y al cabo, él pasaba casi más tiempo con ella que nosotros. “De ser verdad, quizá solo esté pasando por una etapa más en su corta vida” pensé.

Mientras veíamos la película, Katherine, cada cierto tiempo, desviaba la miraba hacia su cuarto de juegos y, en una oportunidad, se aferró a mi brazo y me preguntó cuándo le compraría otro juguete. Después de lo escuchado sobre su desempeño académico en la reunión, se lo merecía, pero de momento ya tenía bastantes juguetes.

Cuando terminó la película, la llevamos a su habitación, le hablamos acerca de su cumpleaños y de que habría una gran sorpresa. Ella solo deseaba que llegara el día, así que se despidió con un cálido beso y un abrazo para cada uno de nosotros y se acomodó para dormir.

En nuestra habitación le comente a Clara que, posterior al cumpleaños, yo tendría que salir de la ciudad durante una semana por un tema laboral, y que a mi regreso lo único que quería era estar con ellas dos para abrazarlas fuertemente. Finalmente, ellas eran el motor de mi existir y las extrañaría durante todo el viaje.

Llegó el día del cumpleaños. Desde muy temprano salí con Katherine con la excusa de comprarle un regalo, pero en realidad estaba dándole tiempo a mi esposa para que alistara todo en casa. Clara, junto a otros familiares, llenaron el lugar con globos y adornos. Solo faltaba lo más importante: que llegaran los invitados.

Al llegar a casa, podía leerse en la puerta un letrero de “¡Feliz cumpleaños, Katherine!”, muy hermoso. Cuando entramos vimos el patio lleno de niños esperando a la cumpleañera para poder empezar la fiesta pero, en cuanto ella vio, salió corriendo en dirección a su habitación de juegos. Al entrar vio el cuarto lleno de regalos. Por un momento, Clara y yo nos preocupamos mucho, pero luego, Katherine cerró la puerta y regresó muy entusiasmada con sus compañeros. Un poco de música, algunos juegos a cargo de sus tíos, y todo se convirtió en una entretenida celebración; más de lo que todos esperábamos, al fin y al cabo eran niños; ¿qué mejor que jugar sin preocupaciones?

Entre los invitados estaba mi prima Miriam, quien había traído a su hija, Adriana, de trece años. Era como una adulta entre los demás niños. Al finalizar la fiesta y luego de despedir a todos los invitados, Adriana preguntó si podía pasar la noche en nuestra casa, lo que para nosotros no significaba ningún inconveniente, al contrario, era muy bueno que compartiera y conociera más a su prima. Miriam estuvo de acuerdo, fue entonces que decidimos llevarla de regreso a su casa al día siguiente después de tomar desayuno.

Cuando Katherine se enteró de la noticia, inmediatamente invitó a Adriana a que le ayudara abrir sus regalos. Finalmente los abrimos juntos, lo que significó un grato momento en familia hasta que, a Katherine, se le ocurrió un juego que, según ella, para poder llevar a cabo necesitaba que no estuviéramos presentes ni Clara ni yo.

Junto a mi esposa, me dispuse a ordenar un poco todo el desorden. Al terminar, ya era de noche, el reloj marcaba las diez en punto. Decidí subir las escaleras para alistar los cuartos. Adriana dormiría en la habitación de Katherine así que fuimos hacia allá, puesto que creímos que ya era un horario prudente para que se fueran a dormir. Clara trató de abrir la puerta, pero estaba con llave. Comenzó a escuchar extraños sonidos: pequeños y rápidos pasos, acompañados de unas extrañas y burlescas risas. Inquieta, tocó la puerta.

─¿Katherine?, ¿Adriana? ¿Se encuentran bien…? ¿Está todo en orden?

Tocó nuevamente, un poco más fuerte esta vez, pero aun así no contestaron. Mi esposa empezó a preocuparse. Dejó de tocar y fue en busca de la llave. Al regresar, giró la manilla y sintió que la puerta estaba muy pesada. Con un poco de esfuerzo, la empujó y se adentró en la habitación; entré tras ella y alcancé a ver mi esposa justo en el momento en que se llevaba las manos a la boca con gesto de asombro. Me acerqué para ver qué era lo que sucedía, y observé que en el interior del cuarto había una especie de distribución de los juguetes: varias muñecas en filas. Comencé a buscar a Katherine ya que ni a ella ni a Adriana se las veía por ningún lugar. Al avanzar, percibí una extraña sensación: entre cajas y muñecos, detrás de un castillo de princesas, apareció rápidamente Katherine dando un gran salto.

─¡Gané! ─dijo.

Tras ella estaba Adriana de rodillas, con un aspecto terrible, temblado y aterrada. La ayudé a levantarse y rápidamente corrió a los brazos de Clara. Le pregunté a mi hija qué era lo que había sucedido.

─No lo sé, papá, se asustó… solo estábamos jugando.

─Hija, ¿pero a qué estaban jugando?

─Nunca lo entenderías. Es un juego muy rápido, no creo que te guste; de todas formas, igual ganamos.

Adriana, por su parte, seguía aterrada sin decir una palabra. Luego de aquel incidente, decidimos no presionarla y no preguntar nada hasta que se tranquilizara.

Después de enviar a Katherine a su habitación, Adriana no quería pasar la noche con ella, así que el colchón que pusimos en su cuarto terminó en el nuestro y, claro, a mí me toco dormir en el piso en aquella ocasión.

Al día siguiente llevamos de regreso a Adriana a su casa, estaba más tranquila, pero no habló en todo el camino. Al llegar salió del auto y corrió hacia la puerta. Salió mi prima, le comentamos lo sucedido y aseguró que hablaría con su hija y que apenas supiera algo nuevo nos lo haría saber.

El mismo día, almorzando en casa, le comentamos a nuestra hija sobre mi viaje. Solo agregó preguntando:

─Cuando regreses, ¿me comprarás otro castillo?

─Pero hija, ¿no crees que ya tienes suficientes?

─No es así ─respondió.

Clara y yo cruzamos miradas, sabíamos que tenía bastantes.

Antes de partir la mañana del día siguiente, pasé a dejar a Katherine a la escuela. Encendí el auto mientras la esperaba y decidí entrar nuevamente a su cuarto de juegos. Al abrir la puerta vi que todo estaba en orden y limpio, había juguetes nuevos, pero algo me parecía extraño, algo no encajaba; esperaba ver muchos más de los que ya había, pero no tenía tiempo como para averiguarlo, así que partimos.

Al volver de mi viaje en lo único que pensaba era en abrazar fuerte a mis dos grandes amores. De camino a casa vi un auto en el que llevaban a un bebé. “Quizás un hermanito es lo que necesita Katherine”, pensé por un momento. Cuando llegué, abrí la puerta y, con un fuerte abrazo, me recibió la princesa de mi corazón. Sentada en el sofá, estaba mi esposa junto a Miriam, ambas con cara de preocupación. Las saludé y pregunté si sucedía algo malo; dijeron que debían contarme algo preocupante. Me senté y mi esposa pidió a nuestra hija que, por favor, subiera a su habitación.

─Un segundo ─dije─, déjenme llevarla.

Entre juegos la levanté sobre mis hombros. Le pregunté si me había extrañado y, con un jugoso beso, me lo confirmó.

Al bajar, me senté enfrente de las mujeres y les pregunté de qué querían hablar.

─Es acerca del juego que tuvieron las niñas la semana pasada ─dijo Miriam─. Cuando Adriana volvió a casa, estuvo muy callada, hablaba muy poco y eso no es normal en ella. Supuse que era por lo que había sucedido pero en la noche despertó con pesadillas. Esto se repitió durante tres días, fue por eso que decidí llevarla al psicólogo. Antes lo conversé con tu esposa, incluso fuimos juntas, ya que temía enfrentar esto sola.

Sinceramente, me sorprendió mucho, pero seguí escuchando lo que mi prima contaba.

─Lo que nos explicó el especialista es preocupante, ya que asegura que todo lo sucedido se debía a un cuadro de trastorno de estrés postraumático cuadro que se origina tras sufrir u observar algún acontecimiento altamente violento o perturbador. En el caso de Adriana, las secuelas fueron pesadillas; cada vez que sucedía temblaba de miedo y repetía que no quería desaparecer. Según el psicólogo, esto se conoce como flashback, ya que las imágenes de algo vivido se vuelven a experimentar.

─Un segundo, ¿esto sucedió en el cuarto de juegos? ─pregunté─. ¿Pero qué cosa o juego la pudo haber perturbado tanto?

─Escúchala, por favor ─intervino Clara.

─Perdón, continúa.

─Según Adriana, estaban armando una especie de filas o fortaleza, como lo nombró tu hija, ya que el juego lo invento ella. Dijo que sería entretenido y que nunca había perdido. Consistía en situar varios juguetes en tres filas rectas, divididas entre un pequeño espacio. Cada juguete era una pieza de juego; más que nada, una defensa para que el otro jugador no llegara hasta ellas.

─¿Otro jugador? ¿Te refieres a Adriana?

─No. Sé que sonará descabellado, pero fue entonces cuando Adriana perdió el control sobre su voluntad, ya que asegura que cuando repitieron ciertas palabras para iniciar el juego, sintió un gran cansancio y una fuerte presión en el pecho; desde ahí todo se tornó confuso en sus relatos, ya que, asegura que repentinamente los juguetes situados en la primera posición de cada fila fueron desapareciendo uno por uno; supuestamente, debido a una pequeña sombra que se movía de forma muy veloz. En ese momento, mi hija entró en pánico, puesto que aseguraba que no se podía mover y no le salía la voz. Katherine le decía que cuando llegara su turno debía tocar un juguete o ella podría desaparecer… En ese momento, asegura que el sonido de la puerta la hizo despertar. Fue cuando ustedes entraron al cuarto, ¿no es así?

─Creo que sí. Cuando entré, solo vi a las dos jugando detrás de un castillo de princesas…

No aguanté y la curiosidad hizo que me levantara rápidamente para dirigirme al famoso cuarto. Al entrar, vi que todo estaba en orden. Mi pequeña se entretenía pintando recostada sobre la alfombra, no se percató de mi interrupción. Cerré la puerta con cautela. Bajé nuevamente.

─Ya revisamos el lugar y no hay nada anormal, por así decirlo, y, la verdad, no sé qué pensábamos encontrar ¡Ah!, otra cosa más ─agregó mi esposa─, cuando ordenábamos la pieza, me di cuenta de que faltaban varios peluches y otros juguetes.

Luego de aquella inusual conversación, mi prima se marchó.

Después de esa inesperada bienvenida, subí para hablar con mi hija sin ser tan directo. ¿Cómo forzar a ese pequeño y bello ángel? Así que busqué una forma más discreta para preguntarle por lo sucedido. Su respuesta fue que solo jugaban y que a Adriana no le gustó el juego.

─A mí no me da miedo, nunca pierdo.

─Y dime, princesa ¿dónde están los juguetes que faltan en tu cuarto? Mamá dice que faltan varios de tu colección.

─Ya no están. Desaparecieron.

─Hija, los juguetes no desaparecen, debes recordar en dónde los dejaste… ¿O acaso has prestado algunos?

─No que recuerde, papá.

Sus repuestas me parecían extrañas, pero ella estaba tan segura de lo que decía que el hecho de que desaparecieran parecía ser verdad. Solo considerarlo era irrisorio, pero no dejaba de ser preocupante. Antes de salir del cuarto, Katherine me tomó del brazo y me dijo:

─¿Me comprarás otro castillo, papá?

─Ya veremos, hija; ya veremos.

En la noche, luego de una larga conversación de sábanas con Clara, decidimos que llevaríamos a Katherine al psicólogo para aclarar el asunto y remediar lo que fuera que pudiera estar ocurriendo y nos era desconocido.

Llegó el día de la sesión terapéutica. Entramos a la consulta con Katherine, previo a eso, ya habíamos tenido, a solas, una conversación con la especialista comentándole lo que nos había dicho el profesor y lo sucedido con Adriana. Ante eso, dijo que esperaba tener un pronto diagnóstico, y que, apenas aflorara algo, obviamente nos lo contaría.

En la tercera sesión acudimos sin Katherine para a escuchar lo que tenía que decirnos la experta.

─Señores, este es un tema un poco complejo, ya que, cuando se trata de una niña como Katherine; de apenas siete años, lo relatado por ella acerca de sus juegos parece muy sencillo al principio, hasta que habla de los jugadores, pero aun así, sigue siendo lógico y coherente. En pocas palabras, si aseguran que ella creó este juego, definitivamente su nivel de imaginación está por sobre un niño normal. Katherine, al abrirse conmigo, aseguró que cada palabra que sale de su boca es verdad.

─Es muy astuta e inteligente ─acotamos─, es la primera en su clase.

─Bueno, les comento que estamos frente a un caso de disociación normal, esto quiere decir que un niño crea un mundo de fantasía, en este caso, un juego con reglas, pero está consciente de la diferencia entre la ficción y la realidad. Ahora, lo único difícil es identificar cuál de ambas es real para ella. Por el momento sabemos que este juego lo es, al igual que ir a la escuela o realizar sus tareas entre otras acciones. Como especialista, les recomiendo que traten con otras actividades. Podrían salir de vacaciones, andar en bicicleta en familia…, eso es muy positivo y contribuye a una vida sana en un círculo de tres, como ustedes.

Al finalizar, me hizo entrega de una hoja.

─¿Qué es esto? Pregunté.

─Estas son las reglas en detalle del juego; quizás jugar con ella le daría otra visión a los dos y puede que cambie la perspectiva de la niña. Intenté redactar lo más claramente posible las descripciones que Katherine me dio. Hasta la próxima.

Nos despedimos de la doctora y salimos de la consulta.

Al llegar a casa revisamos, la hoja que nos facilitó la psicóloga. Decía lo siguiente:

Dos jugadores.

1. Formar tres filas de cinco juguetes, peluches o muñecas enfrente del jugador número uno. Colocar un castillo detrás de las filas para que sea la base y máxima defensa.

2. Para empezar, el juego se debe tener todo armado y repetir las siguientes palabras: ¡Corre, corre! ¡Toca, toca! ¡Si te alcanzo, no te escondas! Luego, se debe contar hasta tres para que ambos jugadores toquen una nueva pieza.

3. El jugador número dos tratará de alcanzar o tocar al jugador número uno cuando este vaya por su objetivo y, para ello, deberá retirar pieza por pieza al azar. Se quedará para siempre con aquellos juguetes que toque.

4. Como defensa, el jugador número uno deberá tocar el juguete antes que el otro jugador, en pocas palabras ser más rápido que el jugador número dos.

5. Gana el jugador uno, si adivina tres veces seguidas la pieza que el jugador dos iba a tocar.

6. Se gana el juego al quedar una pieza junto con la base (castillo). Esta es la parte más emocionante del juego, ya que, si el jugador dos toca el castillo y el jugador uno toca la única pieza; gana el jugador dos y viceversa. De ser así, el jugador número dos se llevará al jugador uno para no volver. Entendiendo que en el caso de tocar la misma pieza, gana el jugador uno.

Al terminar de leer las instrucciones, Clara y yo quedamos muy asombrados, ¿pero, cómo?, ¿quién inventó ese juego? Solo de pensarlo, nos dio escalofríos. ¿Habrá sido Katherine quien en realidad lo creó, o lo habría sacado de alguna otra parte? Inmediatamente decidimos que debíamos jugar con ella para salir de dudas, pero antes (mientras nuestra pequeña se entretenía en otra cosa en cualquier otra parte de la casa) revisamos a fondo el cuarto de juegos y, definitivamente, no encontramos explicación para la desaparición de tantos juguetes. Hice memoria de cuántos castillos de princesas le había comprado y concluí que no eran menos de cuatro, sin embargo, en la habitación solo había dos; y a uno de ellos le faltaban varias piezas. Clara aseguraba, por su parte, que también faltaban varios peluches y muñecas. Se asustó al ver algunas de estas últimas sin cabeza y sin brazos. Eso sí que fue muy, pero muy espeluznante.

Tratamos de no presionar con el tema del juego a Katherine, ya que, creíamos que no sería buena idea jugar solo unos días después de su visita con la psicóloga. Lo haríamos el fin de semana siguiente, cuando ella estuviera completamente en confianza y hubiera olvidado el asunto de las terapias.


El día, sábado por la mañana, tuvimos un gran desayuno. Ver a Katherine, aun con pijama, su hermoso rostro y su brillante cabello me llenaba de energía y me daba la fuerza que necesitaba para afrontar todo lo que estaba sucediendo.

A penas tuvimos la oportunidad, le comentamos que deseábamos jugar con ella a lo mismo que había jugado con su prima. Por un instante, se quedó pensativa.

─Está bien, pero deben obedecer a todo lo que yo les diga.

Entre risas respondimos que sí, que ella era la reina en su cuarto.

─Primero esperen aquí ─dijo retirándose rápidamente a su habitación.

Luego de unos diez minutos, salió y nos tomó de las manos para que entráramos junto a ella.

Nos fijamos en que estaba todo en posición idéntica a como se encontraba detallado en la hoja que la especialista nos había pasado. Nos hicimos los desentendidos, y preguntamos a Katherine de qué se trataba el juego. Nos explicó todo con detalle; solo agregó como información nueva que nosotros formaríamos parte de su equipo, pero lo que no entendimos, era quién o quiénes conformaban el otro equipo. Al preguntarle, ella nos respondió que no nos preocupáramos de eso, nos pidió que nos situáramos de rodillas detrás del castillo y que, por favor, no nos moviéramos. Una vez en nuestras posiciones estaba todo listo para empezar, así que nos dijo que repitiéramos las palabras que ya nos había dicho. Así que, a la cuenta de tres, dijimos en coro: ¡CORRE, CORRE! ¡TOCA, TOCA! ¡SI TE ALCANZO, NO TE ESCONDAS! Inmediatamente, Katherine agregó:

─¡Rápido, escóndanse, agáchense!

Clara y yo nos miramos y nos agachamos lo más que pudimos esperando que sucediera algo. Después de unos pocos segundos, Katherine dijo:

─Parece que tendré que vendarlos o si no, no funcionará.

No entendimos, ¿quería que nos vendáramos? A pesar de su extraña petición, accedimos. Con unas corbatas nos tapamos los ojos, mientras ella se cercioraba de que “no pudiéramos ver”.

─Muy bien, ustedes se quedarán aquí y solo cuando los llame se podrán quitar las vendas y salir del castillo. Bueno, ahora sí, empecemos otra vez.

Una vez más lo repetimos: ¡CORRE, CORRE! ¡TOCA, TOCA! ¡SI TE ALCANZO, NO TE ESCONDAS! En ese momento, sentimos una gran tensión en el cuerpo, y no era para menos; no podíamos ver absolutamente nada, pero sí podíamos escuchar; oímos entre risas que Katherine dijo “allá voy” y empezó a caminar. Sus suaves y diminutas pisadas eran perceptibles, hasta que ocurrió algo que no esperábamos.

─¡No, ese no! ─exclamó muy fuerte, casi gritando.

¿A quién le estaba hablando? Estábamos muy nerviosos, rápidamente nos advirtió que no nos moviéramos y que por nada del mundo nos sacáramos las vendas. “Solo es un juego”, pensé, así que le hicimos caso. En voz muy baja le dije a mi esposa que si seguíamos sin ver no íbamos a resolver el misterio. De fondo podíamos escuchar las risas de nuestra hija, y su vocecita:

─¡Este es mío!... ¡No, ese no!... ¡Ya van dos seguidos; una más y gano!

Mientras eso sucedía, para mi tranquilidad, Clara me contó que ya había pensado en que posiblemente Katherine no nos dejaría ver lo que hacía, así que ocultó una cámara filmadora en caso de se nos pasara algo importante por alto. Todo lo que sucediera quedaría registrado y guardado en la cámara. De pronto, escuchamos un grito:

─¡Papá, mamá!

Nos quitamos rápidamente las vendas y nos pusimos de pie; ahí estaba ella, con una enorme.

─¡Ganamos!

Crucé la mirada con la de Clara, corrimos a abrazarla, pensando que todo había sido un simple juego y estaba todo en orden… pero al fijarnos bien, faltaban tres peluches; contamos nuevamente y solo había doce juguetes en fila. Sabíamos que, al ver la grabación, entenderíamos todo lo que había sucedido durante el juego.

Al caer la noche, luego de cenar y ver una nueva película familiar, decidimos ver la grabación por la mañana.

Nos levantamos muy temprano, bajamos al cuarto de juegos y, al abrir la puerta, vimos a Katherine de espalda a nosotros. Al darse vuelta, vimos que tenía la cámara en sus manos…Quedamos atónitos.

─¿Mamá, esta es tu cámara? ─dijo ella, mientras le entregaba la filmadora a Clara.

─Sí, hija, ¿cómo la encontraste?

─No lo sé, solo sabía que algo que no era mío estaba en este cuarto y yo sé todo lo que hay en este lugar… incluso lo que ya no está ─terminó diciendo con una linda sonrisa.

Clara, afectada con lo sucedido, solo atinó a decir que iría a preparar el desayuno.

Para destensar el ambiente, levanté sobre mis hombros a mi bella Katherine y entre juegos le dije que ayudaríamos a mamá a poner la mesa. Recuerdo que nunca antes habíamos tenido un desayuno tan silencioso; la atmósfera sombría que se había generado era preocupante. Sabíamos que debíamos ver la grabación lo antes posible para terminar con esa sensación. Se me ocurrió que podíamos visitar a los abuelos maternos de Katherine y dejar que pasara la tarde con ellos.

Antes del mediodía ya habíamos llegado. Luego de una breve conversación, les comentamos que debíamos hacer un pequeño asunto en privado y ellos supieron entender. Partimos de regreso a casa, aceleré el paso para aclarar rápidamente la angustia y preocupación que traíamos encima. Entramos, prendimos el televisor, conectamos los cables y nos sentamos a ver lo que había pasado en ese ya conocido juego. Se veía claramente cuándo Clara acomodaba la cámara y la ocultaba en un estante. Después de unos minutos entraba Katherine para poner los juguetes en posición; solo por un momento, ocurrió algo inesperado, algo completamente extraño: Katherine se había quedado inmóvil mirando el castillo, como cerciorándose de que todo estuviera en orden y contó una por una las quince piezas. Una vez más se detuvo; esta vez pasó cerca de un minuto sin moverse y la imagen empezó a distorsionarse levemente. Fue muy extraño, hasta que, repentina y rápidamente, Katherine se volteó a ver la cámara con una mirada muy penetrante. Volvió a su lugar para luego ir por nosotros. Después se repetía todo: nos veíamos entrando de la mano, nos explicaba los detalles del juego, nos poníamos de rodillas y luego vendados, hasta que por fin, llegó el momento de ver cómo desaparecían los juguetes… Después de caminar por la habitación, Katherine se dirigió a un estante del que sacó un bolso y dijo: “¡No, ese no!” al ¡ tiempo que guardaba el juguete en su interior. Igualmente sucedió con los otros dos. Al final, entendimos que ella los hacía desaparecer. Katherine siempre fue el segundo jugador. Ahora, lo que tratamos de averiguar es a dónde los lleva, porque definitivamente, en la casa no hemos logrado encontrar el resto de los muñecos desaparecidos... Después de ver el video, entre conversaciones y conclusiones nos quedaron dos grandes inquietudes: si Katherine revelaría algún día el escondite a la especialista; y qué clase de juguete nuevo pedirá por sus altas calificaciones en la escuela.

Por su parte, Adriana aseguró que no volvería a quedarse a dormir nunca más en nuestra casa.

Escrito por:

Arturo-Sifuentes



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