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Aguja Literaria

YUNGAY: RESTORÁN AKCOMO


Continuando nuestro recorrido por el viejo y querido Yungay, en este capítulo vamos a conocer un lugar donde la mejor cocina criolla y un grato ambiente lleno de alusiones a la poesía, se mezclan para recibir a los vecinos, trabajadores y turistas que día a día pasan por un clásico plato de comida a la hora de almuerzo, o buscan el relajo luego de una agitada jornada laboral, con un buen borgoña o una cerveza bien fría. Nos referimos a AKComo, un local ubicado en pleno corazón del barrio.


Quechereguas es un enigmático pasaje ubicado entre las calles Huérfanos y Portales. Su nombre recuerda a la batalla librada el año 1818 entre el ejército patriota, comandado por Ramón Freire, y el realista a cargo del general español Mariano Osorio. Como todo en Yungay, está íntimamente ligado a la historia de nuestro país y a la del barrio. Se trata de un callejón cuya extensión se limita a tan solo una cuadra, y cuya arquitectura nos transporta por momentos a otras ciudades de Chile e incluso del mundo. Casas grandes de tipo colonial con planta superior, ubicadas una a continuación de la otra, crean una armonía que nos traslada en el tiempo hasta los albores de este clásico barrio, ligado de manera tan íntima al arte y la multiculturalidad.


Caminando por Quechereguas en dirección al norte, nos maravillan las casas pintadas de múltiples colores y los adornos que embellecen el lugar e impactan en los ojos de quienes visitan por primera vez el barrio. Incluso el grafiti estampado en el muro lateral de una de las viviendas, en lugar de desentonar, agrega un contraste necesario para combatir la opacidad de la ciudad.


Llegamos a la esquina de la citada calle con Huérfanos y a nuestra derecha nos enfrentamos a una estrecha puerta con un pequeño letrero en la parte superior que nos anuncia que hemos encontrado el lugar que buscábamos: AKComo. A ambos costados de la puerta de entrada, se nos anuncia su apetitosa carta.


Al ingresar, nos percatamos de que podemos mirar al interior del local a través de los vidrios, aunque un espacio es ocupado para indicar toda clase de actividades artísticas y culturales que se desarrollaron y desarrollarán en el barrio. Otros invitan a participar de diferentes talleres de pintura, poesía y literatura, mientras que unos más son simplemente avisos de utilidad pública.


Nos detenemos ante un colorido afiche que invita a participar del taller de poesía de Mauricio Redolés, que precisamente se imparte al interior del AKComo.


Después de avanzar por el pasillo, atravesamos la mampara de vidrio e ingresamos al lugar cautivados por el aroma de las especias y los platos preparados en la cocina ubicada tras la barra, donde nos recibe uno de los propietarios: Ramón Casenellas o Moncho, como prefiere que le digan. Sin habérselo solicitado, intuyendo que el calor del exterior nos debe traer con la boca seca, destapa una cerveza casi en su punto de congelación y posa un vaso sobre la barra mientras vierte el rubio líquido al tiempo que nos dice: “Bienvenidos al AkComo”. Ante tan cálida recepción, no nos queda más que aceptar y beber con fruición.


Su historia


La aventura de Ramón Casenella y su socio, Manuel Olate, partió hace diez años, no precisamente en el lugar que hoy ocupan, sino un poco al poniente, en calle Libertad. Si bien, Moncho en lo particular lleva doce años funcionando en Yungay, el AkComo cumplió una década deleitando los paladares de los yungayinos.


En un principio AKComo “era una picada de sandwichería" bautizada con el mismo nombre que hoy ocupa, pero con el concepto de ser una “sandwichería al paso”. Esto les permitió ir relacionándose con la gente del barrio, ya que según comenta Casenellas “la idea siempre fue preparar un local que le sirviera a la gente, al barrio en general; que se junten, que se mezclen. Entonces la sandwichería cumplía esa función. Iba gente que se comía su completo, su sándwich, y luego nos empezaron a pedir almuerzos”.


Poco a poco recogieron las recomendaciones de los vecinos y comenzaron a preparar colaciones, ofreciendo además el servicio de delivery, es decir, el despacho del pedido a domicilio. Así, y para fidelizar al cliente y hacer más amena su estadía en el local, comenzaron a incluir números artísticos. “De repente iba un compadre a tocar, estamos hablando de un local de 16 metros cuadrados, pequeño, donde cabían seis personas sentadas adentro, y en el resto del espacio estaba la gente parada comiéndose un completo y un tipo en un rincón tocando la guitarra”.


De esta forma, las personas comenzaron a llegar y cada cierto tiempo se ofrecía una especie de recepción, abierta a todo el mundo. “Poníamos música, se servían canapés, ofrecíamos también unos vasitos cortos de pipeño, jugo natural y bebidas; una especie de cocktail que era un poco para devolver a los comensales lo que nos estaban brindando: ir permanentemente al local. Una mano de vuelta”.


La popularidad del local comenzó a crecer con la inclusión de los almuerzos, a tal punto, que sus fieles clientes comenzaron a recomendarles la idea de cambiar de ubicación, ya que el espacio se les hacía pequeño en relación con la cantidad de clientes que recibían. “La gente nos pedía que nos cambiásemos de dirección porque el local era muy pequeño”, confiesa Casenellas.


Hasta que se presentó la oportunidad de trasladarse unos metros al oriente, en la esquina de Huérfanos y Quechereguas, lugar ocupado antes por locales que no habían tenido mayor éxito debido a diferentes circunstancias. “Antes aquí había un restorán medio gourmet. Estuvieron cinco meses, nada más. No era bueno para el barrio porque no llegaba mucha gente y se fueron. Hubo otras personas que no hacían almuerzos, sino que trabajaban básicamente en la noche, que no era malo, pero en el barrio, en el pasaje Quechereguas específicamente, la bulla no puede darse mucho porque vive mucha gente de edad, es más residencial. No tiene la característica que tienen Cumming o Brasil. Así que estuvieron un tiempo y tuvieron que irse también”.


Por esta razón tomaron el riesgo y decidieron cambiarse, animados por los consejos de sus clientes. “Ahí nos vinimos nosotros para acá a hacer lo mismo que en el otro local: almuerzos, colaciones para atender a la gente de los alrededores”.


Ramón, junto a su socio Manuel, estaban conscientes de que era una movida arriesgada, pero sentían que contaban con una cartita bajo la manga: su clientela, hecha a punta de esfuerzo en los ocho años que habían permanecido en el local antiguo. “Normalmente un local comercial se demora dos años en moverse; si en esos dos años no pasa nada, se van a la quiebra, se desbancan. Nosotros nos vinimos con toda la gente que trajimos desde allá. Llevamos aproximadamente diez años funcionando en el barrio, por lo tanto, hemos establecido un lazo bastante firme”, manifiesta Moncho al tiempo que despeja una de las mesas que ya se ha desocupado.


Acerca de las preferencias culinarias de sus clientes y vecinos del barrio, Casenellas señala que “el vecino prefiere la comida casera, no importa si es chilena o latinoamericana. Nosotros trabajamos comida dominicana, peruana, cubana y chilena. No hay discriminación en ese sentido. Si la comida está bien preparada, no hay problema. Acá hay desde guatitas hasta ropa vieja cubana. Trabajamos la colación, como restorán no trabajamos a la carta durante el día; sin embargo, en la noche se trabaja más esta ya que en ese horario funcionamos más como bar”. En cuanto a la noche, la oferta es más variopinta debido a que tal como aclara Ramón, muchos eligen venir para hacer la previa. “Ofrecemos empanadas, chorrillanas, sandwichería vegetariana. Ponemos música, normalmente envasada, justamente por el tema de los ruidos; poesía, etcétera”.


Sobre sus clientes, son en la mayoría vecinos del barrio, estudiantes y trabajadores, en su mayoría de los alrededores, ya que han establecido convenios con diferentes empresas y organizaciones. “Con algunas empresas tenemos convenios. A veces vienen cada dos meses, dependiendo de las necesidades que tengan”.


Su relación con el mundo cultural y literario


Pero como dice el pasaje bíblico: “No solo de pan vive el hombre”, los clientes del AKComo no satisfacen su apetito solo con comida, por muy rica y bien preparada que esté. También van en busca del rico alimento cultural. Esta particularidad fue atisbada por Ramón y su socio desde un comienzo y la han institucionalizado en el local como un sello particular, ofreciendo a sus clientes distintas actividades que van desde la celebración de un cumpleaños, pasando por presentaciones, exposiciones y lanzamientos. “Acá hemos hecho lanzamientos de libros, actividades políticas, exposiciones de los talleres que se hacen aquí en el barrio, música, de todo”.


Además, desde hace un tiempo, el AKComo recibe todos los martes al taller de poesía impartido por el insigne Mauricio Redolés, un verdadero símbolo del ambiente artístico y literario del barrio Yungay. Moncho nos cuenta que cada término de ciclo del taller de poesía finaliza con una declamación de los poetas. Así, también, han tenido la satisfacción de servir como escenario para que el músico y poeta nacional pueda presentar su música. “Cuando terminaban un ciclo, hacían presentaciones de los poetas y bueno, Mauricio también ha tocado un par de veces acá”.


Acerca del desarrollo de este tipo de actividades, Casenellas manifiesta que se trata de un trabajo de vinculación con el vecindario y que debe ir dándose de manera paulatina. “Nosotros creemos que esa es una parte que se está ligando de a poco, pero que aún es incipiente porque tenemos que resolver fundamentalmente el tema con el barrio para hacer tocatas y presentaciones. Tenemos que hacernos más amigos del barrio e invitarlos a ellos a disfrutar de las actividades culturales básicamente, no carretes, y ese es un trabajo serio y largo. Nosotros podríamos poner a tocar alguien y ponernos a vender tragos y eso te deja, pero no es la idea”.


Sin embargo, en ese afán de vincularse con la comunidad, el establecimiento se ha prestado para realizar eventos a beneficio, cediendo sus espacios de manera gratuita a organizaciones sociales y culturales que no cuentan con los recursos para arrendar un espacio. Entres estos eventos benéficos, se está planeando uno para ir en ayuda del Nigth club que hace algunos meses se incendió. “La idea es reunir fondos para que puedan construir un galpón que les permita poder resguardar las cosas que quedaron y poder proteger el piso que ya está estropeado”.


Yungay: multicultura y patrimonio


Sobre el caserón que hoy alberga al AKComo, Ramón dice desconocer el origen y quiénes fueron sus propietarios, pero sí está seguro de que alguna vez fue simplemente una casa particular. “Esto era una casa destinada a la habitación, la cual en su tiempo fue vendida y adquirida por una inmobiliaria que la transformó en lo que tú ves. Oficinas arriba y locales comerciales abajo”. No obstante, reconoce que su atractivo fue el emplazamiento y el lugar tan pintoresco donde está ubicada, lo que le permite una particularidad a la que han sabido sacarle provecho.


Al interior del AKcomo llama la atención su ornamentación, más bien sobria, donde destacan unas pizarras de distintos tamaños con diversas frases escritas con tizas en variados colores: algunas poéticas, otras cargadas de sarcasmo o de mensajes políticos, que cuidando de no ser ofensivas, entregan al lugar un toque especial y atractivo. Casenellas aclara que esta idea de escribir mensajes en las pizarras “se fue dando sola. Desde un principio tuvimos la idea de ponerlas para que la gente las fuera llenando con sus pensamientos y así se fue dando, y renovando periódicamente”. En estas podemos ver frases conocidas como: “Si bebe para olvidar, pague antes de comenzar”, u otras que no se entienden como “La otra persona, como persona, se ha vuelto una necesidad para él”, o la cita “Mi Abuela”, la cual dice: “Ella pensaba que yo era bacán. Cuando no tenía pololo, me decía: “es que usted, mijita, tiene que hacerse la tonta”; y así, un gran número de frases que en su conjunto resultan de una simpática hilaridad, sobre todo al leerlas después de un par de copas (no fue nuestro caso, por cierto).


El AKComo es uno de tantos lugares imprescindibles de conocer en el barrio, tanto si se está de paso, como si se va con la intención de conocer esa mística envolvente que tiene el magnífico Yungay, que atrae a turistas y visitantes; Moncho atribuye esa mística a que el sector desde siempre ha sido un escenario multicultural y de convergencia de distintas nacionalidades, las cuales lo han impregnado de sus características particulares. “Creo que es la multiculturalidad que, desde que existe el barrio, está presente. Se tiende a pensar que es un fenómeno que se ha dado en los últimos años, pero si tú te fijas, eso se viene dando desde que existe Yungay. Siempre ha estado presente esa multiculturalidad que le da ese toque especial a este lugar”.


Por esta razón, ramón Casenellas o Moncho, extiende la invitación a todos quienes no han tenido la oportunidad de degustar las delicias a la hora de almuerzo o hacer una buena previa antes del carrete del fin de semana. “Invitamos a todos los vecinos del distrito y quienes visitan Yungay a conocer el AKComo para que vengan a disfrutar de la mejor comida casera nacional e internacional, al mejor precio. Son precios populares para las colaciones. Ofrecemos delivery para llevar la comida hasta su casa y por la tarde podrán disfrutar de las mejores tablas, los mejores sandwiches, chorrillanas y quesadillas, acompañadas de los mejores vinos, cervezas y tragos especiales. Es un buen sitio para hacer la previa y periódicamente estamos trayendo artistas para hacer presentaciones, lecturas de poesía, exposiciones y lanzamientos. Traemos también la mejor música envasada y ocasionalmente en vivo. Así que vengan a conocernos, estamos acá en Huérfanos 2744, esquina Quechereguas, en el corazón de Yungay”.

Con la invitación hecha, nos despedimos y continuamos nuestro andar por el viejo y querido Yungay, para seguir conociendo más detalles de este barrio patrimonial del centro de Santiago.

Escrito por:

Rodrigo-Rocha-Flores

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