UN MECHÓN DE SU CABELLO
Mientras sonaba una vieja canción de Salvatore Adamo en la radio que Fabián le había regalado, cayó en la cuenta de que tal vez las cosas no eran como le habían parecido.
-¿Lo habré imaginado? Es posible, porque cuando se vive algo demasiado catastrófico la mente se bloquea, se atrofia, incluso puede crear otra realidad… ¿o habrá sido una maldita pesadilla? No lo sé, ¡no lo sé!, ¡estoy tan confundida!
Aquella mañana, Edith había despertado en su cama, desconcertada por un extraño sueño.
-Encontraremos al culpable, te lo prometo. -Fabián había sido su novio durante cinco años; se iban a casar, pero los planes nunca llegaron a concretarse: un día antes del matrimonio, una llamada telefónica de su suegra, del todo histérica, le anunciaba que el bueno de Fabián había muerto. Un asalto a mano armada y una bala que atravesó su pulmón, fueron las respuestas que los peritos criminalistas le dieron. Desde entonces, sus noches eran un suplicio; un fuerte dolor la atormentaba desde que se había golpeado la cabeza, producto de un desmayo durante aquel doloroso funeral, y solo se aliviaba con las pastillas para dormir.
Mientras se bañaba, vino a su mente parte de la pesadilla que había tenido la noche anterior: el rostro de una mujer cabello castaño y los labios pintados: ¿quién era?
Al día siguiente, esa incógnita se convirtió en su objetivo; debía buscarla, en su interior sentía que la conocía, que la había visto en algún lugar, pero… ¿dónde?
Durante muchos días intentó hallarla y develar su identidad, sin obtener resultados. Cuando comenzaba a pensar que era una estupidez buscar a alguien que había visto en un sueño sin ninguna referencia real de su existencia, la vio entrando a una panadería. Ingresó también, apresurada, y sin pensar lo que hacía, le tocó el hombro.
-¿Tú? ¡Por favor, no me hagas nada! -La desconocida volteó y la miró asustada. Edith se sorprendió de que pareciera reconocerla.
-¿Me conoces? ¿De dónde?
La aludida se extrañó de su reacción, y de verla allí, pues lo último que había sabido de ella era que estaba recluida en su casa, incluso se rumoreaba que había perdido el juicio.
-¡Tú eras la novia de Fabián!
-Sí, lo era. ¿Sabes tú algo acerca de su muerte? Estoy buscando a alguien que me ayude a descubrir qué pasó ese día, dónde está su auto, sus cosas… y al hombre que lo mató...
-¿Hombre?, yo, yo no sé nada, yo... apenas lo conocía. -Apartó la mano de Edith de su hombro y salió presurosa.
Regresó a su casa triste, con más dudas que respuestas, más atormentada que nunca. Se sentó en su cama y volvió a mirar la foto de Fabián. Escuchó un ruido; el viento cerró una de las ventanas y la fotografía cayó al piso rompiéndose el vidrio. Buscó entre sus cosas lo necesario para repararla. Abrió un cajón y descubrió una bolsa con un mechón de cabello que no era suyo, pues no era rojo, sino castaño. “¿Qué es esto? ¿De dónde salió? ¿Por qué está aquí?” ,se preguntaba estupefacta, sin poder articular palabra alguna. El cabello estaba cortado de raíz y aún tenía rastros de sangre, seguramente debido a la violencia con que había sido arrancado.
Una madrugada en que la frecuente pesadilla que la atormentaba la había sobresaltado hasta despertarla, se levantó para lavar su cara e intentar recuperar la calma. De vuelta en su habitación, divisó una sombra que se movía en la oscuridad, asustada, encendió la luz y su rostro, presa de un terror inminente, se desfiguró al ver a Fabián tendido sobre la cama.
-No sigas buscando al culpable.
-Mi amor, yo encontraré al responsable de tu muerte, y cuando eso suceda, ¡llévame contigo!
-No, no lo hagas. No busques más. -Diciendo estas palabras, se levantó y se fue.
Edith alcanzó a ver que dejaba huellas de sangre. Se sentó en la cama confundida, pensativa, y miró aquellas marcas oscuras en la alfombra, como si hubieran estado allí por mucho tiempo. Para su sorpresa, las manchas no terminaban en el pasillo, sino que parecían tener una dirección. Pensó en la remota posibilidad de que su amado no estuviera muerto y se hallara escondido en una de las habitaciones por alguna razón incomprensible.
“Esto no tiene sentido, yo vi su cadáver… todo el mundo sabe que está muerto… y si no lo estuviera, ¿por qué se escondería en mi casa?”.
Siguió las huellas hasta llegar a un mueble que tenía un pequeño cajón cerrado con llave.
-¿Por qué te detuviste aquí? ¿Qué es lo que hay en este lugar?
Miró en la repisa, pero no encontró las llaves. Intentó abrirlo sin ningún resultado, por lo que fue a buscar un cuchillo para hacer palanca. Tras varios minutos de intentarlo el cajón cedió, y en su interior encontró un guante que envolvía un revólver. Lo levantó y se dio cuenta de que no tenía balas.
“No entiendo lo que está pasando”.
Decidió salir a caminar para despejarse, y cuando se encontraba de vuelta, divisó desde lejos a la mujer que había abordado en la panadería; se encontraba de espaldas. Se acercó y le tocó el hombro.
-Hola, perdona si te asusté la vez anterior, solo quisiera hablar contigo, por favor. -La mujer la miró consternada, apenas podía articular las palabras que salían de su boca.
-¿Hablar?, ¿nosotras…?
-Sí, me gustaría saber si tú conociste a Fabián.
Ya segura de que Edith no la había reconocido, la aludida intentó actuar con más calma esta vez.
-Sí, fui amiga de él, pero no sé nada más. -Se alejó y comenzó a caminar lo más rápido que pudo. Edith la siguió.
-¡Déjame en paz!
-Pero, ¿por qué?, ¿qué es lo que sabes? ¡Solo quiero que me digas qué es lo que sabes de Fabián!
-¡Andate de aquí, loca!
Edith, en un intento por detenerla, la tomó del cabello.
-¡Suéltame, no me toques! -gritó la mujer.
Detuvo su persecución al darse cuenta de que le había arrancado algunos cabellos y quedó atónita al descubrir que eran idénticos a los que había encontrado en el armario.
“¿Quién es? ¿Por qué conoce a Fabián? ¿Será que ella lo mató? Si es así, si fue ella quien me lo arrebató, me las va a pagar”.
Más tarde, de vuelta en su casa, algo en ella cambió. Tomó la fotografía de Fabián y la apretó contra su pecho.
-Te amo, mi amor, ven de nuevo conmigo… ¡llévame contigo!
-No le hagas nada, ella no nos hizo nada, es inocente -dijo una voz desde la oscuridad.
-¿Dónde estás? ¿Estás aquí, conmigo?
-Edith, déjame en paz, déjala tranquila. -La voz se hacía más cercana.
-Lo único que quiero es saber quién nos separó -se oía temblorosa y unas lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas.
-Te perdono, Edith, ¿podrás tú perdonarme?
-¿Perdonarte qué, mi amor?
-Cuando encuentres las respuestas que buscas, lo sabrás.
-¿Qué quieres decir con eso?... ¡Fabián! -gritó estrepitosamente al no obtener una respuesta.
De pronto, una imagen vino a su cabeza; correspondía a la pesadilla que la atormentaba constantemente, en la que veía a Fabián en la cama con otra mujer, sin embargo, a diferencia de lo que antes recordaba de aquel sueño, ella gritaba: “¡Fabián!”, sonaba desgarrada y quejumbrosa. La mujer que compartía el lecho con su novio, la miraba horrorizada, tenía el cabello castaño; era la misma a quien ella había interrogado dos veces, la dueña de los mechones de cabello. De súbito su mente le hizo ver tan claras las imágenes, que cayó en la cuenta de que no se trataba de una pesadilla, sino de un recuerdo. Su cuerpo perdió las fuerzas y cayó de rodillas.
-¡Ella!, era ella… ¿Cómo pudiste hacerme eso, Fabián?... Yo te amaba… ¡Nos íbamos a casar!
Se acostó llorando. Aún le costaba asimilar que su amado Fabián la había engañado, que le había sido infiel, traicionándola con aquella mujer del cabello castaño un día antes de su matrimonio. La cabeza le bombeaba, el dolor era insoportable; ya no resistía la constante jaqueca. Entre sollozos, se durmió.
Despertó sobresaltada a causa de una nueva pesadilla, durante las pocas horas que había podido dormir: soñó que arrastraba del cabello a la amante de Fabián por el pasillo y la lanzaba a la calle cubierta solo con una sábana… luego oía un disparo. Fue entonces cuando recordó que ella había disparado el arma…
Edith había vuelto sin previo aviso de un viaje al puerto de San Antonio y al llegar a su casa, se encontró con la escena. Luego de los sucesos, condujo el vehículo, que se encontraba estacionado en la entrada de su hogar, y dejó el cuerpo moribundo abandonado en una calle solitaria. Al regresar, tomó varias pastillas para dormir. Despertó horas después por la llamada de su suegra, quien histérica le anunciaba el fallecimiento de su hijo en un accidente.
-Fui yo…
Minutos más tarde llegaron a su domicilio dos patrullas de la policía de investigaciones.
-Perdóname.
-Te perdono… ¿Podrás perdonarme tú?
Escrito por:
Jessy-Chamorro-Salas