INFINITO
Las horas pasan, lentamente, con esa calma habitual del tiempo cuando la vida se siente tan fría y silenciosa que los minutos son como un eslabón perdido de algo que nunca llegará, o que ya se ha ido. Ahora el frío muro de la habitación se descascara, la humedad y el paso de los años han hecho lo suyo sobre él, como lo han hecho sobre mi corazón; ese órgano que hasta ahora solo me sirve para sus funciones vitales, pues está muerto para aquellos sentimientos que suelen relacionarse con el amor.
Los últimos rayos de sol caen suaves sobre la ventana y con el reflejo de los cristales se aprecia un hermoso espectáculo de colores: tonos amarillos y naranjas que se derraman como espigas frescas sobre la habitación. Es extraño, pero cosas tan sencillas como esa son capaces de causarme tanta felicidad, que a veces pienso que la vida es solo eso, momentos breves en que el alma se siente tibia por un momento, como si alguno de esos rayos de luz pudiese penetrar en mi cuerpo y entibiar mi calmado y olvidado espíritu.
Es extraño que después de tanto tiempo, me siente en este viejo sillón a contemplar el ocaso, es más extraño aún, que siendo un hombre de más de cuarenta años, nunca haya vuelto a vivir con alguien desde que te fuiste, hace casi dos décadas, y por algún singular motivo, aún no puedo dejar de pensar en ti.
Pero la locura de mis años, no ha sido en vano. He aprendido a ver las cosas del mundo que la gente no es capaz de apreciar; como el sutil desliz de una gota de lluvia sobre la ventana, o el volar interrumpido de una frágil mariposa blanca hasta que el viento la lleva a otro lugar, quizás distinto del que ella pensaba visitar. Terapias, psicólogos, psiquiatras, todos ellos me dan de alta una vez que he pagado bien; creo que soy mejor cliente que paciente, pero en este mundo, las cosas funcionan así. No somos más que entes deambulando por las calles, por las casas, por parques olvidados, por lugares imprecisos. Las lagunas de la mente nos envuelven en el humo inestable de la conciencia, y esta nos recuerda que la vida no es libre; que cada acto, cada pensamiento tiene una causa y un efecto, una consecuencia que puede llevarnos a la perdición, como desear lo que no se puede tener, o como querer besar aquello de carácter etéreo.
Mataría por besar tu alma, tu mirada, tus encantos… pero eso ya es demasiado como para sentirme cuerdo. La conciencia me dice que debo ser más preciso, precavido, y mi mundo de cristal se vuelve real y aburrido otra vez.
La nube silenciosa de mis recuerdos me lleva a aquellas caminatas juntos: tú y yo, rodeados de gente invisible en un mundo intangible, el mundo real era aquel que construimos con miradas, con besos, con abrazos infinitos, sin palabras. Sobraban entre nosotros, y los árboles eran los únicos que parecían escuchar esa conversación que brotaba de nuestras almas, o nuestra alma; siempre pensé que compartíamos la misma.
Pero ahora, los años pesan; el humo de un cigarrillo parece ser más real que todo lo que pienso, y las horas inalcanzables me hacen desear no estar aquí, no existir en esta perspectiva del ser. Quisiera irme volando con el humo de este cigarro que fumo lentamente en el mismo sillón que acompaña mis lecturas, mis sueños, mis recuerdos, y por qué no mencionarlo: mis lágrimas.
Si ese día, si tan solo ese día te hubiera tomado del brazo más fuerte, si no te hubiese dejado ir, quizás, solo quizás, ahora estarías aquí conmigo, y no en ese mundo que construimos hace tantos años. Quizás si te hubiera abrazado en vez de gritarte, si te hubiese besado en vez de dejarte correr hacia la nada, nuestros cuerpos seguirían siendo uno y yo no sería una mitad de persona cuya alma se esfuma por las noches después del ocaso silencioso que acompaña mis dolores y mis remordimientos, mi conciencia que no calla y mis pensamientos de agonía sobre un mundo que no me pertenece, pues mi mundo está contigo.
Amor, si esa tarde no te hubiese dejado ir, herida como estabas, tan sola como te sentías, este mundo no sería tan gris. Si esa tarde en que decidiste partir, yo hubiese tenido el coraje de seguirte a donde fuese, estaríamos ahora en ese prado que siempre imaginamos, bajo la sombra de un árbol amoroso, bajo un paisaje de noches estrelladas para iluminar tus besos en la oscuridad de mis labios. Mi amor, no dejaré que el tiempo me acabe, que los años sigan pasando. Tú, donde quiera que estés, espera por mí. Sé que fue un accidente, sé que el conductor de ese autobús no logró verte, pero pienso que de alguna manera tú ya sabías que eso sucedería, que tu tiempo acabaría esa tarde de otoño en que se rompió mi corazón y quedé solo en un mundo extraño, de sombras y luces, de sonrisas fingidas y gente sin alma caminando bajo la noche de una ciudad tenebrosa.
Te vi hace algunas noches, en un sueño. Sé que me has perdonado, que esa discusión no era motivo para dejar de amarnos. Tengo claro que el destino nos jugó una mala pasada y nos hizo encontrarnos en un mundo que no era el nuestro. Decidiste marcharte y regresar a tu hogar. He tardado bastante, cariño, pero te seguiré. El cigarro se consume: la cuerda colgando en el techo me espera. No más años sin ti, no más noches soñando con verte de nuevo. Espérame, querida, solo unos pasos, solo un saltar al vacío y emprender el camino en tu búsqueda. Llegaré a ese bello paraíso y te encontraré en la torre de marfil que alguna vez cobijó nuestro amor. Solo unos minutos, mi cielo, (subo a la silla y ato el cordel a mi cuello). Solo un salto… (Se corre la silla, mi garganta apretada no puede emitir sonidos, ni siquiera un grito para despedir este mundo que odio). No hay angustia, no hay arrepentimientos; la oscuridad me lleva y la luz al final del camino me muestra tu hermosa figura tendiéndome la mano. Tómame fuerte, que quiero emprender este viaje contigo. Tómame fuerte, y ya no me dejes nunca más.
Escrito por:
Claudia-Bovary