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Aguja Literaria

EL BALDE

Mi nombre es Felipe, en una ocasión vacacioné en la casona de campo de mi abuela cascarrabias. Se llamaba Adelaida, era una viejecita encorvada de pelo plateado que había criado quince hijos; aún recuerdo su apariencia hostil.

Mi abuelo Remigio, en cambio, era carismático, buen proveedor de la familia. Se distinguía por su talla imponente pese a la edad y una cabeza engalanada con canas debido a su nobleza al soportar las vicisitudes de la vida. Su rostro siempre reflejaba paciencia, abnegación y comprensión.

El día de mi llegada el ambiente era toxico, mi lela había amanecido más mañosa que nunca. Nada más entrar a la casona, me dieron ganas de volver a la capital y llevarme a mi tata, a quien le tocaba la peor parte. Sin embargo, sabía que él jamás dejaría a su esposa, la amaba y respetaba a pesar de su temperamento. En el fondo, era una buena mujer y madre abnegada, junto a quien había mantenido y criado a sus retoños; esa ardua labor había descompuesto su carácter.

Mi abuelo me mostró su secreto para llevar una vida relajada y evitar sobresaltos. Me llevó a su taller, donde fabricada obras maestras. Su secreto era descargar todas las reprimendas de la patrona utilizando las herramientas con la fuerza que le permitía su corazón, así superaba cada día sin preocupaciones.

En esa oportunidad tallaba con ahínco un rústico balde. Sin interrumpir su trabajo, saqué una fotografía. Transcurridos los años, esta imagen se ha convertido en motivo de inspiración para escultores, pintores y escritores.

Escrito por:

Malva-Valle

Imagen:

Alerce, noble trabajo. Pintura de Luisa Cid,

miembro del taller de pintura del Cementerio Metropolitano

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